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martes, 5 de febrero de 2013

CODE BLUE


Marian trabaja en un hospital situado en la imprecisa frontera entre la vida y la muerte. La enfermera, con los cuarenta cumplidos, se dedica a los enfermos terminales y los moribundos, procurándoles a menudo el último contacto con un cuerpo vivo. Incluso llega a ayudar a sus pacientes enviándoles a la tranquilidad de la muerte. Para ella, la muerte es el supremo momento de intimidad. Marian lleva una vida solitaria fuera del hospital. A veces, sus sentimientos reprimidos hacen que se aleje de la rutina establecida. Un buen día, conoce a un extraño en el autobús, le sigue instintivamente y empieza a fantasear con él. Cuando vuelve a ver al hombre, comparte con él de forma involuntaria un acto de voyeurismo. Al principio siente rechazo, luego, fascinación y miedo. Ante la fragilidad de estas nuevas emociones, Marian se da cuenta de que debe dejarse llevar por sus necesidades humanas, incluso si debe pagar un precio por esa intimidad. 

MI OPI: “Code Blue”, una película de trazo grueso (y no sólo en relación a su temática) y mirada gélida, hilvanada en torno a conceptos tan abstractos como la frustración, el individualismo o el deseo insatisfecho, entendidos aquí desde una perspectiva, esencialmente, extrema, tan incómodos, ásperos y grotescos resultan los caracteres con que se describen. Película dura (muy dura), repleta de imágenes turbadoras, controvertidas e  intransigentes (lo son con los personajes y lo son con el propio espectador), "Code Blue" resulta, sin embargo, una obra realmente estimulante, subsumida entre la gris cotidianidad (y previsibilidad) que asola a cierto sector del cine independiente europeo, particularmente acomodado entre excesos autocomplacientes e historias estériles, con su ritmo pausado y contemplativo (pero nunca moroso), con sus escasos diálogos (tampoco los necesita), con su fotografía obscura (además de diletante), con la cámara continuamente alejada de los personajes (como si la propia directora quisiera interponer una cierta distancia emocional entre esos personajes y el punto de vista del espectador), con una de las interpretaciones femeninas más arriesgadas (y difíciles de olvidar) de los últimos tiempos… Ornamentos formales que definen y precisan este relato de ángeles redentores, sin derecho a roce, donde no hay lugar para las medias tintas (o para el tabú). A cambio queda la soledad expresada en formato empírico (y físico) entre las líneas maestras que entretejen esta (brutal) película holandesa. Al menos así lo es para aquél que esté dispuesto (y pueda: no es una obra de visión fácil) a resistir hasta sus créditos finales.

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