En Nueva York, la pequeña Maisie, con apenas 6 años, se
ve involucrada en el amargo divorcio de sus padres, una estrella del
rock y un marchante de arte.
MI OPI: Lo más interesante es ver las cosas por los ojos de una niña, que
entiende lo que pasa, pero no comprende aun el egoísmo de los padres, o
entiende pero aun no puede valorar eso. Durante los primeros 15 minutos la película me absorbió en su
planteamiento, me gustó como expone este tipo de violencia, me gustó
como no caía en los errores propios del cine independiente y me gustó
por su prometedor planteamiento. Al llegar el momento en que los padres
se divorcian, y la niña se convierte primero en un trofeo que se gana
en los tribunales y que posteriormente se usa como alma de destrucción
para el rival. Es en este momento, en donde la película perdió toda la
coherencia adquirida hasta caer en un espiral de autodestrucción digna
de ver. Y es aquí donde empiezan los despropósitos… A partir de aquí la trama se vuelve repetitiva, siendo especialmente
cargante los 20 minutos centrados en: “Se me olvida o llego tarde a
recoger a la niña” En serio, quise morir tras 20 minutos repitiendo la
misma irresponsabilidad. Ambos padres se nos presentan como caricaturas,
son extremadamente egoístas, malos, crueles, descarnados, sin la mísera
capacidad de ponerse en el lugar del otro y mucho menos de hacerle la
vida fácil a su hija. Como oposición tenemos a “Los otros” (Que se
llamarán así para no desvelar “quienes son realmente”) que quieren a
Maisie, la cuidan, la protegen, la divierten y le dan el cariño que
necesita. Así se nos presentan a los 4 adultos protagonistas,
convertidos en una auténtica parodia; no busques gris en ellos, ni un
doble fondo, ni dobleces, son planos y nos muestran una realidad más
propia de una película de Disney y de cuentos de Hadas que del Realismo
en el que se quiere enmarcar. Los malos son muy malos, y los buenos
están a punto de ser beatificados por el Papa.
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