En compañía de su perra Lucy, Wendy se traslada a Alaska para desempeñar
un nuevo y lucrativo trabajo en una fábrica de conservas de pescado.
Todo va bien hasta que, al cruzar el estado de Oregón, su modesto Honda
Accord de los 80 se avería y tiene que llevarlo a un taller. Sus
recursos económicos son tan limitados que acaba robando en un
supermercado una lata de comida para perros, pero es descubierta y
llevada a comisaría. Cuando, a las pocas horas, es puesta en libertad,
resulta que Lucy ha desaparecido. Wendy tendrá entonces que recuperar a
su perra y pagar la factura del taller. Así las cosas, tanto su dinero
como su autoestima irán disminuyendo cada vez más.
MI OPI: Wendy y Lucy es una historia minimalista e intensamente realista y
cotidiana. Tan sólo es un pequeño fragmento de la vida de una chica
expuesta a los peligros que pueden surgir en la búsqueda valiente de un
lugar en la vida. Vemos a una joven, encarnada deliciosamente por Michelle Williams (que
ahora me gusta, por exagerar, el doble de lo que ya me gustaba) que
flirtea con la mendicidad con la única compañía de la que parece su
mejor amiga: su entrañable perra Lucy. La película apenas nos cuenta nada más allá del fragmento que se muestra
(ni hacia adelante ni hacia atrás) y estas decisiones de guión se me
antojan idóneas para este relato. Cuántas personas se cruzan en nuestra
vida durante uno, dos, tres días, o una, dos, tres horas, sin que
sepamos nada de su pasado ni volvamos a saber nada de ella. Wendy es una
más. Un pequeño caramelo con mucho sabor si uno pone toda su atención
mientras permanece en su boca, lo que le conducirá a poder disfrutar
también del retrogusto que lleva implícito.
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