Marian trabaja en un hospital situado en la imprecisa frontera
entre la vida y la muerte. La enfermera, con los cuarenta cumplidos, se
dedica a los enfermos terminales y los moribundos, procurándoles a
menudo el último contacto con un cuerpo vivo. Incluso llega a ayudar a
sus pacientes enviándoles a la tranquilidad de la muerte. Para ella, la
muerte es el supremo momento de intimidad. Marian lleva una vida
solitaria fuera del hospital. A veces, sus sentimientos reprimidos hacen
que se aleje de la rutina establecida. Un buen día, conoce a un extraño
en el autobús, le sigue instintivamente y empieza a fantasear con él.
Cuando vuelve a ver al hombre, comparte con él de forma involuntaria un
acto de voyeurismo. Al principio siente rechazo, luego, fascinación y
miedo. Ante la fragilidad de estas nuevas emociones, Marian se da cuenta
de que debe dejarse llevar por sus necesidades humanas, incluso si debe
pagar un precio por esa intimidad.
MI OPI: “Code Blue”, una película de trazo grueso (y no sólo en relación a su
temática) y mirada gélida, hilvanada en torno a conceptos tan abstractos
como la frustración, el individualismo o el deseo insatisfecho,
entendidos aquí desde una perspectiva, esencialmente, extrema, tan
incómodos, ásperos y grotescos resultan los caracteres con que se
describen. Película dura (muy dura), repleta de imágenes turbadoras, controvertidas
e intransigentes (lo son con los personajes y lo son con el propio
espectador), "Code Blue" resulta, sin embargo, una obra realmente
estimulante, subsumida entre la gris cotidianidad (y previsibilidad) que
asola a cierto sector del cine independiente europeo, particularmente
acomodado entre excesos autocomplacientes e historias estériles, con su
ritmo pausado y contemplativo (pero nunca moroso), con sus escasos
diálogos (tampoco los necesita), con su fotografía obscura (además de
diletante), con la cámara continuamente alejada de los personajes (como
si la propia directora quisiera interponer una cierta distancia
emocional entre esos personajes y el punto de vista del espectador), con
una de las interpretaciones femeninas más arriesgadas (y difíciles de
olvidar) de los últimos tiempos… Ornamentos formales que definen y
precisan este relato de ángeles redentores, sin derecho a roce, donde no
hay lugar para las medias tintas (o para el tabú). A cambio queda la
soledad expresada en formato empírico (y físico) entre las líneas
maestras que entretejen esta (brutal) película holandesa. Al menos así
lo es para aquél que esté dispuesto (y pueda: no es una obra de visión
fácil) a resistir hasta sus créditos finales.
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