Viviane Amsalem, separada desde hace años de Elisha, su marido, quiere
conseguir el divorcio para no convertirse en una marginada social. En
Israel no existe aún el matrimonio civil; según las leyes religiosas,
sólo el marido puede conceder el divorcio. Sin embargo, Elisha, se niega
a hacerlo. Viviane tendrá que luchar ante el Tribunal Rabínico para
lograr lo que ella considera un derecho. Así se verá inmersa en un
proceso de varios años en el que la tragedia competirá con lo absurdo y
absolutamente todo se pondrá en tela de juicio.
MI OPI: La propuesta tiene aires teatrales por desarrollarse en un único
espacio, y también por servirse de la palabra como único vehículo para
el entendimiento. La paradoja es que justamente los diálogos se
convierten en una cárcel de incomunicación, que cuanto más razones dan
los personajes más confuso y embrollado resulta todo, que los rostros
expresan mejor el estado del alma que la propia palabra. Con el
discurrir de la película, el espectador se cerciora de que la
convivencia es inviable, de que la condición de sumisión de la mujer
hace imposible un trato de igualdad, de que Elisha no está en
condiciones de dar a su esposa lo que ella necesita. La pretendida
armonía matrimonial tendría que ser el reflejo de otra concordia entre
la fe y la razón, pero la vida de los protagonistas no es así y la
religión encona las posturas. No hay infidelidad ni violencia física,
pero sí falta de consideración e indiferencia de afecto. Hay respeto
legal pero no trato humano, y así la relación no puede prosperar. No apta para espectadores ansiosos, los directores se toman su tiempo
para narrar el largo periplo por el que deberá pasar Viviane, ante
algunos testigos, los abogados y los jueces y su marido, con una
interesante puesta de cámaras donde el punto de vista toma diferenciada
importancia.
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